domingo, 4 de noviembre de 2007

Roma Ciudad Abierta

Roberto Rossellini dirigió esta película en 1946, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial.

El filme da inicio en el marco de una Roma ocupada por los nazis. Un hombre huye de la policía alemana, que lo busca en la casa de huéspedes en que aún se encuentra. Sin embargo, logra huir por los tejados de los edificios cercanos, en mucho gracias a la ayuda de sus caseras. Este primer detalle anuncia la solidaridad permanente y hasta heróica de los italianos contra la ocupación: no sólo la resistencia organizada, sino la iglesia católica y la gente de a pie, parece haber tenido de acuerdo al filme una participación decidida en contra de los excesos cometidos por los nazis. Rossellini hace de esta actitud un símbolo en la participación que los mismos niños tienen cuando, al margen de las acciones de sus mayores, tratan de emularlos organizando accciones de resistencia.

En contraparte, este temprano filme retrata ya las técnicas utilizadas por la policía nazi para lograr sus propósitos: el engaño, la manipulación, la utilización de las mentes necesitadas de atención para obtener las delaciones y la información que les era necesaria: poner a unos contra otros, destruir la solidaridad que del pueblo surgía y se les enfrentaba a través de la corrupción y la coacción: el negativo de los valores que parecen nacer de una ciudadanía dispuesta a la lucha.

La película parece contar entonces con dos dimensiones: el ritmo propio de la ciudad que busca sobrevivir a la escases y a la ocupación, y el ritmo distinto por grave y sofocante en el que viven los miembros del ejército alemán. Separados apenas por una puerta de los cuartos de tortura, su lugar de descanso tiene más parecido a una casa de citas que a un cuartel. Metáfora de la corrupción de los valores y de la humanidad en uno de sus puntos más bajos, el diálogo entre el comandante en jefe de la policía alemana en Italia, y uno de sus subordinados que en su embriaguez se atreve a hablar, parece decirnos que aún en estos momentos tan bajos del ser humano existía entre los nazis una conciencia que, aún sofocada, podía zaherir alzándose contra sus propias acciones.

Las escenas finales son demasiado crudas aún hoy, cuando la pantalla nos ha acostumbrado a todos los excesos de sangre y miembros arrancados del cuerpo: retrata de un modo excesivamente realista la cruel tortura practicada por los nazis a un héroe italiano que muere sin confesar ni una palabra. "Nunca habíamos estado frente a una cosa tal" se confiesan. El militar borracho ya lo había anticipado: la resistencia del pueblo italiano es el mejor recordatorio de que la teoría de la supremacía teutona no es sino una gran mentira.

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